A muchos de nosotros en alguna ocasión la confusión nos habrá aturdido. Pero lo que yo siento, día si, día también, de camino a clase, a casa, en la ducha... Una confusión tan espesa que no me permite ni pensar, ni sentir, y cuando lo hago, me aturde, y se vuelve un círculo vicioso que me impide dejar de hacerlo.
¿Qué quiero decir con esto? Que no tengo claro nada, ni quien soy yo, ni que hago aquí gritando al cielo y pidiendo una jodida solución que me ayude a querer y a creer. Dejándome la voz no conseguiré nada, ni con las malas soluciones que he encontrado, que no me ayudan mucho ni como antibiótico a dejar de sentirme así.
Tengo momentos de tristeza como todo el mundo, pero también los hay de alegría. Me he dado cuenta de que todo lo que un día se fue acaba volviendo y que todo el mundo se arrepiente de lo que algún día dijo. Después de tantos palos la vida me ha enseñado a saltar cuando hay una piedra, por muy pequeña que sea. He aprendido a hacer manualidades con plastilina y pulseras de colores, matemáticas,resolver problemas complícadisimos, pero detrás de tantos conceptos, están las ganas de salir un sábado de fiesta y acabar a las mil y mas de la noche, en la cama, con juanetes en los costados, y las ganas de no renunciar a nada, por el único motivo de conseguir esa felicidad de la que todo el mundo habla, y que casi nadie consigue.